Editorial (Mayo de 2021)
"Hagan esto en memoria mía (LC.22,19)"
El proceso pascual nos señala el camino del proyecto en el que optamos comprometer nuestra vida.
El mandato de celebrar la memoria pascual se actualiza cada vez que nos encontramos y renovamos gestos y palabras para reincidir en acciones que mantengan su vigencia. No hay Pascua sin comunidad. El encuentro en torno a la mesa del jueves resume en dos acciones la responsabilidad colectiva y la opción personal de asumir las tareas. La convocatoria a compartir la cena requiere crear las mejores condiciones de fraternidad: el servicio de lavar los pies y compartir el pan y el vino.
El lavado de los pies de Jesús a sus amigos y seguidores es el primer gesto de servicio imprescindible para poder sentarse en torno a la mesa. No se trata de un rito, sino de una necesaria acción de vida. Un requisito para acceder a compartir la comida. El lavatorio es exigido por las suciedades que se acumulan en el camino, con tierra y barro, sin asfaltos ni alfombras. Es el camino de los pobres. También la limpieza de los corazones, para que sigan abiertos y generosos; capaces de unir y no dividir. Porque en la unidad está la fuerza popular. Y toda división favorece a quienes esclavizan y se aprovechan de los pobres. La limpieza como servicio es una exigencia para que nada impida reconocerse; y estar disponibles para alimentarse en comunidad, fortalecidos para seguir andando en la realización del proyecto pascual superando obstáculos e impedimentos, hasta la misma muerte del viernes santo
Limpios de egoísmos, corrupciones y divisiones, los discípulos/as en comunidad están en condiciones de sentarse alrededor de la mesa. Pero deberán repetir la acción de juntarse en actitud de servicio porque es la memoria imprescindible para superar las limitaciones humanas que condicionan la marcha. La limpieza, siempre necesaria, de todo lo que impide el amor, la generosidad y el encuentro.
El pan que apacigua el hambre y fortalece el cuerpo es repartido para que nadie quede en debilidad y necesitado. Comer el pan que Jesús instituye como su “cuerpo” implica un nivel de identificación y compromiso con la tarea de transformarse como comunidad en alimento social para realizar el proyecto de fraternidad y justicia señalado por Jesús en las bienaventuranzas. Y esta tarea no es fácil; es exigente y riesgosa: “¡Felices los que son perseguidos a causa de su lucha por la justicia!” (Mt.5, 10). El martirio está incorporado al proceso pascual. La liberación se construye entre cruces y resurrecciones que avanzan o retroceden hasta que las opresiones y la muerte sean vencidas. La resurrección de Jesús anuncia el escenario y el horizonte de esa lucha, en clave de esperanza.
El pan comido deja de ser pan, y pasa a ser cuerpo para transformarse en energía que empuja y ayuda a mantener las fuerzas y el ánimo para seguir andando. Pero la convocatoria al encuentro para compartir el pan, no se reduce a esa tarea. No es sólo alimentarse, también es necesario celebrar con alegría y esperanza. El vino tonifica el encuentro, porque lo hace celebrativo y entusiasta, para alentar y alivianar la marcha. Los corazones alegres no sólo se abrazan, sino que se unen para contagiarse el espíritu del amor fraternal. Es la sangre que vitaliza.
Sin el vino es más difícil compartir el pan. El pan y el vino no sólo ayudan, sino que son necesarios en la comunidad para superar las trabas provocadas por el acaparamiento egoísta, que rompe la solidaridad y la justicia. Y obstruye la construcción del proyecto comunitario y popular, donde hay que sumar, más allá de las diferencias, porque la convocatoria es para todas y todos los que aman y tienen sed de justicia.
Para los creyentes, sin estos acontecimientos pascuales instaurados por Jesús no se puede continuar la marcha, que deberá pasar por el camino de la cruz superando sus adversidades, que son muchas, porque no sólo están las que colocan los enemigos del proyecto, sino las que surgen del interior de la misma comunidad y del pueblo que camina. Las cruces son inevitables porque no todas las personas ni los grupos sociales se suman al proyecto de unidad, solidaridad y justicia. Ni todas ni todos quieren llegar al mismo destino. Más aún, están los que se oponen y accionan con odio y violencia cuando sienten afectados sus intereses mezquinos.
Para andar en el camino con cruces, espinas y piedras de nuestra propia historia como pueblo, donde nunca faltan los latigazos, los empujones y las torturas, es bueno y muy importante ejercitar la memoria, especialmente la memoria de los empobrecidos, cuya marcha es siempre más dificultosa no sólo porque tienen menos recursos, sino porque no son pocos los poderosos que se ocupan de oponerse multiplicando sus penurias y opresiones. Esta memoria de los empobrecidos nos obliga a pisar la realidad, sin expectativas exageradas, pero a la vez con las perspectivas alentadoras que abrevan en los hechos liberadores de la propia historia de los pueblos. Más aún con la pandemia del coronavirus que reclama aislamiento y nos plantea respuestas creativas.
Pero además tenemos la memoria de Jesús, que identificado con las necesidades humanas, nos ofrece recorrer su propio camino. “Hagan esto en memoria mía” (Lc.22, 19). Por él sabemos que el calvario no acaba en la cruz, sino en la victoria de la resurrección. Y sabemos también que las resurrecciones se producen cuando obtenemos logros significativos y valederos para cada miembro/a de las comunidades, las organizaciones populares y la sociedad en su conjunto. Esos pasos positivos nos empujan a seguir andando, porque nos alientan; y son combustibles necesarios para superar los bajones que nos acarrean las divisiones internas o los obstáculos políticos, culturales o económicos de los poderosos.
De nada sirven las memorias de Jesús y de los pobres, si en ellas no encontramos las razones de nuestras esperanzas y los motivos de nuestras luchas. Tampoco sirven las memorias para proyectos individuales y mezquinos, como si fuese posible salvarse solos, o refugiarse en espiritualismos evasores que niegan la encarnación en las realidades cotidianas que vivimos.
Sumarse a la construcción del proyecto de Jesús y de los empobrecidos es “hacer esto” en su memoria: “Ustedes deben lavarse los pies unos a otros” (Jn.13, 14). Porque “el mandamiento nuevo que les doy es que se amen unos a otros, como yo los he amado” (Jn.13, 34).
Sin embargo lo que parecía fácil, no lo fue. No alcanzó con el paso a la Resurrección para despertar el entusiasmo y contagiar la mística que requiere el proyecto de las bienaventuranzas. Prevaleció el temor que mantuvo la inactividad. Sólo se reconoció al Cristo Resucitado cuando al final del camino de Emaús, compartió la palabra y repartió el pan. Pero recién salieron del encierro, cuando el viento impetuoso del Espíritu abrió las puertas y los empujó a los tejados y las calles donde todas y todos se entendieron en un lenguaje común, superando las barreras de la incomunicación, producto de las divisiones de idiomas, culturas y organización segmentada de los pueblos. Es la acción de salir la que inicia la transformación. El Espíritu de Pentecostés hizo posible el encuentro, superando fronteras y límites que diferencian. Sin el Espíritu de fraternidad que inspira fortaleza y unidad sería imposible transitar hacia una sociedad pluralista y con justicia, enfrentando miedos y adversidades hasta el martirio, si las realidades históricas lo hacen inevitable. Pentecostés es el empujón a la unidad que se necesita para prevalecer sobre los que odian y dividen impidiendo la convivencia fraterna y solidaria.
El testimonio del Arzobispo Oscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 en El Salvador y los diez mártires de Quiché, beatificados en abril de este año en Guatemala, junto a nuestros beatos mártires riojanos, son las memorias de servicio y pan compartido, que fortalecen nuestra esperanza y animan nuestro caminar.
Esta es la apuesta pascual, alentada por el Espíritu de pentecostés.
Equipo Tiempo Latinoamericano
Índice (Cliquee sobre cada título para ver su correspondiente archivo pdf)
Editorial: "Hagan esto en memoria mía" (LC.22,19)
Panorama Político: ¡Sur, “Pandemión” y Después!
Algunas percepciones sobre el Sínodo Panamazónico
DOSSIER: Mujeres, Movimientos y Luchas Populares
¡Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista!
Las mujeres en el movimiento obrero
El amor siempre suma, nunca resta y en estado puro multiplica
El silencio de Dios grita en el llanto de las amigas de la hija de Jefté
Semblanzas a Alberto “Pepa” Sbezzi
Luis Coscia y la comunidad Capuchina
La memoria de Salamanca y la democracia como tarea
Memoria en Documentos: Carta del obispo Moure a un obispo alemán
Angelelli-Menem: Vidas paralelas