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Tiempo Latinoamericano

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Editorial (Noviembre de 2020)

La tarea de la amistad social

Revista nº107 (Cliquee para ver/descargar)
“No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.
Ustedes son mis amigos si cumplen lo que les mando”.

Este recordatorio de Juan 15,13 es el núcleo de la amistad social. Supera las intenciones individuales para tornarse en obligación comunitaria. La convocatoria es en plural. No puede cumplirse el mandato de Jesús sin optar por una marcha colectiva, en comunidad, organizados como pueblo para hacer posible el pan, el abrigo, la vivienda, la salud, la libertad y demás condiciones de humanidad.

“El hambre no es sólo una tragedia, sino una vergüenza”. Lo dicho por el Papa Francisco el 17 de octubre en el día de la alimentación, al conmemorarse el 75 aniversario de la creación de la FAO, es una fuerte interpelación a nivel mundial que pocos quieren escuchar. Es más cómodo seguir entretenidos con nuestros pequeños emprendimientos, que son también necesarios; pero a veces funcionan como justificativos a la evasión de esfuerzos mayores para ir a las causas de los problemas y no conformarnos con algunos remedios, que nunca alcanzan a curar la enfermedad en su raíz.

Es cierto que las urgencias demandan respuestas inmediatas. Pero, tal como viene demostrándose con la pandemia del coronavirus, las necesidades aumentan y las oportunidades de profundizar en respuestas que amplíen y potencien las capacidades y construcciones que conduzcan a una sociedad integrada, se diluyen o quedan limitadas a la voluntad política de los que gobiernan, sin la posibilidad de ser enriquecidas con la participación popular en forma determinante.

“El hambre es criminal, la alimentación es un derecho inalienable…Si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando” (Fratelli Tutti, 119). La referencia de Francisco interpela a los sistemas encarnados en corporaciones de enriquecidos, que le roban el pan a los pobres. Pan con dignidad. No apenas para sobrevivir y pasar el invierno. Pero es desafío y obligación de compromiso para todas y todos.

Sin justicia no es posible la amistad social. Una lectura descontextualizada y desencarnada podría reducir la amistad social a la dimensión de la fraternidad espiritual. Pero ésta no llega a ser plena sin el correlato ineludible de la encarnación en personas, comunidades y situaciones concretas.

“El amor social es una fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos”. (Fratelli Tutti,183)

La hipocresía en la que vivimos permite reducir la vergüenza del hambre, a la preocupación de pocos. Hasta el Papa, antes elevado a la categoría de “Santo Padre”, ahora es descalificado por su mensaje incómodo, que desacomoda. Y es poco valorado por la comunidad católica, que prefiere despegarse del recordatorio evangélico que pregona Francisco. Y refugiarse en una espiritualidad individualista y desencarnada, limitando el deber de caridad a la beneficencia. Desde nuestra identidad cristiana nos preguntamos si esta desvalorización no es acaso una forma concreta de rechazar el mensaje central de las bienaventuranzas de Jesús. Porque es más tranquilizante orar por el Papa (“recen por mí”), que hacerse pregoneros de sus mensajes, que ponen en actualidad el mandato divino de la fraternidad y la justicia; y nos cuestionan en las seguridades de fe que fabricamos para asegurarnos la salvación. Ofrecemos en esta edición reflexiones sobre nuestra realidad, este año marcada profundamente por la pandemia, que entre otras consecuencias ha traído más penurias económicas a los sectores populares, siempre los más necesitados del cuidado del Estado y las instituciones sociales. Al mismo tiempo, como contracara, la valorización de los múltiples esfuerzos comunitarios en la emergencia que padecemos, que van tejiendo los lazos de la amistad social. Mucho se habla sobre la pospandemia. Nadie puede aseverar verdades inapelables cuando todavía no sabemos el tiempo que nos queda de convivencia con este virus, que no es ajeno al maltrato de la naturaleza, producto de las ambiciones desmedidas de quienes usufructúan los bienes que pertenecen al conjunto de la comunidad humana.

Depende también de nosotros la “normalidad” diferente. Será resultado del empeño puesto en su construcción, en la medida que los resortes principales de los poderes de turno, logren avanzar en participación y democracia. Se verá si la pandemia sirvió para abrir nuevas oportunidades favorables o para cerrarse en los vicios de relaciones sociales marcadas por la injusticia y la explotación de los poderosos.

Promovimos en la segunda mitad de este año actividades conmemorativas de nuestros mártires, alentando la reflexión que nos cuestionara como comunidad y como pueblo. Propusimos afianzar los desafíos a nuestra responsabilidad ciudadana, con la estela martirial de compromisos vividos en situaciones y escenarios distintos pero también interpelados por los padecimientos de los empobrecidos.

En el afán de tender puentes, de armonizar diversidades, de propugnar cambios favorables a la convivencia, a veces, se disimulan o se ocultan causas y causantes de las desigualdades que hieren y escandalizan a la conciencia humana. Por eso la “amistad social” es el horizonte, que lejos de negar las relaciones conflictivas, sigue tironeando para que se construya entre quienes se aceptan como interdependientes y necesitados unos de otros. No están incluidos los que se autoexcluyen, los satisfechos, los individualistas, los egoístas, los avarientos, los que no necesitan de los otros ni de la comunidad, los que se regodean en su autosuficiencia y sus riquezas.

El amor tiene como requisito la reciprocidad. Y nadie puede obligar a nadie a ser recíprocos. Es una opción de vida. La amistad social es posible cuando se está dispuesto hasta dar la vida por los amigos. Pero en el ejercicio de la libertad también puede rechazarse esta convocatoria. Por eso la amistad social, aunque tenga vocación de universalidad, no es para todos. Sólo para los que aceptan el desafío de vivirla en serio y con responsabilidad, en el fango de las realidades padecidas por tantas y tantos otros y otras, que dan la posibilidad de ser y sentirnos comunidad y pueblo, mientras caminamos en este mundo.

Luchar contra el crimen del hambre que mata a los empobrecidos es construir la amistad social. Esa es la tarea principal.

Equipo Tiempo Latinoamericano