Revista
Tiempo Latinoamericano

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Editorial (Julio de 2019)

Exigencias de la memoria

Revista nº105 (Cliquee para ver/descargar)Cuando cerraron el ataúd aquel 6 de agosto, y en el panteón de los obispos lo sellaron con la piedra de laja, las máximas autoridades eclesiásticas, militares y civiles creyeron que sepultaban para siempre al que hasta hacía dos días había sido el Obispo de La Rioja.

Solo los pobres y quienes compartían sus vidas, los que en ese momento no pudieron hacer oír su voz, afirmaron que al obispo lo habían matado y cantaron con esperanza el himno de la paz “Vamos a vencer, al fin”.

Antes que la democracia reasomara en el horizonte argentino en los inicios de la década del 80, un grupo de discípulos y sobrevivientes, dio a luz TIEMPO LATINOAMERICANO, adoptando como lema “Con un oído en el Evangelio y otro en el Pueblo”, que monseñor Angelelli había sembrado a los cuatro vientos. Y nos sentimos impelidos a reclamar que se investigara su muerte.

Recogimos firmas, mientras exponíamos fotos en el área peatonal de Córdoba. Promovimos actos públicos y un pequeño grupo de sacerdotes que había compartido los años cordobeses del Mártir concelebraba la misa. Pudimos extender la recordación uniendo el pasado y el presente en las Semanas de Homenajes y Peñas Angelelli, cada año, multitudinarias y juveniles, recogiendo comestibles para la olla comunitaria que el Cura Vasco instaló en la Villa miseria donde vivía, que bautizó con el nombre de su -nuestro- maestro.

Nos fuimos uniendo a las conmemoraciones martiriales en La Rioja y otras latitudes argentinas y latinoamericanas. Hubo obispos argentinos como De Nevares, Hesayne, Novak y el metodista Federico Pagura; y otros latinoamericanos, como Méndez Arceo, Samuel Ruiz y Pedro Casaldáliga, quien lo honró con el poema al “Mártir prohibido”. Pero especialmente laicos, religiosas y sacerdotes, muchos y muchas de las que habían compartido su pastoral riojana y se vieron forzados a diferentes exilios, diseminaron las memorias martiriales, que alimentaron a las comunidades de base mientras padecían los efectos de la Doctrina de Seguridad Nacional en Latinoamérica.

Aquella memoria, que no se quedó en el pasado, germinó nuevas juventudes y organizaciones, iluminando el horizonte de una sociedad más humana y menos egoísta; más fraterna y menos mezquina; más justa y menos salvaje.

No fueron pocos, sin embargo, especialmente a nivel eclesial, los que abonaron la desmemoria. Y trabajaron activamente en contra de la verdad y la justicia, para esconder sus complicidades y sus miedos, descalificando con los peores epítetos los esfuerzos memoriosos.

Pero triunfó la verdad. La justicia pronunció su veredicto el 4 de julio de 2014. Y el 27 de abril de 2019, al celebrarse la beatificación, se institucionalizó el reconocimiento del martirio por parte de la Iglesia Católica.

Aun así, porque la memoria nunca es neutra, afloran los cuestionamientos cuando desde el Evangelio se intentan promover caminos de recuperación de dignidad y justicia para los más pobres, y acompañar iniciativas y propuestas sociales y políticas para retomar el protagonismo popular.

Que los pobres vuelvan al centro de las preocupaciones pastorales y políticas es un anhelo, una propuesta y una tarea. La expresamos explícitamente como anhelo en el altar de los mártires a la hora de la beatificación. Y en este ir y venir, de marchas y contramarchas históricas se va mostrando como propuesta necesaria y tarea urgente, porque así lo reclama la situación cada vez más calamitosa de las mayorías empobrecidas. Que hoy la pobreza haya llegado a niveles escandalosos no es obra del “cielo”, sino de las políticas concretas que se implementan para favorecer el bolsillo de los cada día más enriquecidos, con negociados y corrupción que encubren los poderes judiciales, convertidos ahora en nueva herramienta protectora de privilegios y destructora de aspiraciones populares.

El largo recorrido de la memoria martirial, -vivida de cerca en la experiencia riojana- nos enseñó que la perseverancia se sustenta en la esperanza; y ésta a su vez se alimenta en la confianza que inspiran los sentimientos más nobles de amor y solidaridad. Como nos enseña la vida cotidiana, la lucha por la verdad y la justicia obtiene logros, siempre enfrentando los obstáculos y las dificultades.

Pero la memoria de la comunidad martirizada no pone el acento en la muerte, sino en la vida. No es la vida fácil, que evita el conflicto y prefiere mirar el “más allá” para huir del presente, siempre más duro y exigente. Es la afirmación de la vida que se expresa en la organización de los pobres, en la construcción de la comunidad fraterna, en las luchas por la justicia social. En los mártires celebramos su vida, no su muerte. Porque las memorias de sus vivencias comunitarias se prolongan no en las derrotas, sino en el compromiso por un mundo bienaventurado, con igualdad y justicia, removiendo las piedras que obstruyen su construcción.

Nuevos desafíos se abren para avanzar en democracia con justicia social. También aquí se deberán remover los muros que han ahondado la zanja entre los ricos y los pobres. No se trata de “grietas” falaces, que desconocen las reales y graves diferencias producidas por las injusticias que pagan con su vida las niñas y niños desnutridos, las ancianas y ancianos sin remedios, las obreras y obreros sin empleo. Y quienes, abandonados a su propia suerte, deambulan y pernoctan en las grandes ciudades u olvidados en tantos rincones del país, sin que el Estado se haga cargo de su responsabilidad social; y deje de estar exclusivamente al servicio de sus socios y amigos del poder económico concentrador de las riquezas, cuyo uso corresponde a todos y todas por mandato divino.

Las contiendas electorales de este año serán una posibilidad de acercarnos a nuevas y mejores posibilidades democráticas para una sociedad más inclusiva, menos discriminadora; más solidaria, menos xenófoba; más liberadora, menos opresora; más libre, menos dependiente, que incluya a todas y todos, empezando por quienes ahora padecen el estigma del descarte.

La paz no se construye sin conflicto; es fruto de la justicia. Y ésta es responsabilidad de todos y todas. No es propio del ciudadano, ni del cristiano mirar las realidades desde el balcón. Sí, ensuciándose con el barro, que también sirve para curarse, construyendo juntos.

Equipo Tiempo Latinoamericano