Editorial (Agosto/Setiembre de 2008)
HAGAN ESTO EN MEMORIA MIA (Lc. 22, 29)
En aquella cena, que fue la última, antes del inicio del camino al martirio, Jesús expresó un proyecto y un mandato, asumido luego de distintos modos por quienes se manifestaron como seguidores.
Nosotros, como pueblo argentino, en estos largos años posdictatoriales hemos levantado también la consigna de la memoria, la verdad y la justicia, en una insistencia por reivindicar la lucha por la vida, en contra de la muerte, la tortura, la degradación humana, la desaparición forzosa y otras manifestaciones de esa barbarie que no puede ser olvidada.
Buena parte de esa lucha está teniendo sus frutos con el juicio y la condena a los autores del terrorismo de estado que soportamos martirialmente como pueblo. Las recientes condenas a prisión perpetua en cárcel común al genocida ex general Luciano Benjamín Menéndez y otros criminales y torturadores son, entre otras cosas, resultado en la persistencia de esa memoria.
En este largo camino, que ya lleva más de treinta años y todavía anhela que con la justicia llegue la verdad, queremos señalar el sentido esperanzador de la memoria. No hacemos memoria para la venganza. Tampoco para quedarnos en el pasado, aunque siempre debemos recordarlo para integrar lo positivo y desechar los errores.
La consigna de Jesús, repetida cotidianamente en la liturgia eucarística, adquiere actualidad en nuestra reflexión sobre la memoria. “Hagan ESTO…”, mientras están compartiendo amigable y fraternalmente el pan y el vino en torno de la mesa, como expresión de una comunidad que tiene la tarea de crecer, de alimentarse, de alegrarse, celebrando la vida. Aunque sin ignorar el contexto adverso de dificultades, conflictos y persecuciones que esa opción por la vida de todos les acarreará. Y que será el camino de la cruz… para después volver a la vida… y empujados por el espíritu de Pentecostés ser lanzados a las calles del pueblo, porque es en ese escenario donde se dirime la lucha por la vida de los más pobres.
El “ESTO” de Jesús no es la muerte, sino la vida. Y la vida no individual, sino comunitaria. En torno a la mesa, con un optimismo esperanzador sobre las realidades adversas, tantas veces martiriales, que se nos presentan a lo largo de nuestras historias.
No hacemos memoria para llorar a nuestros muertos, aunque sintamos en nuestro corazón el dolor de la ausencia de tantos hermanos, amigos y compañeros de ruta a quienes les arrebataron sus vidas.
La memoria es el recuerdo, –el “re-cordis”– de lo que quedó guardado en el corazón, que seguramente es todo aquello que uno quiere, siente y valora como mejor y más útil para seguir caminando. Y vuelve aflorando como imperativo para construir la vida. Porque es ese núcleo de la vida el que le inyecta el oxígeno y la fuerza necesaria para seguir andando.
En el corazón guardamos lo que amamos. Y amar es vivir y dar la vida.
En la dialéctica de esa vida, construimos la historia. Y de esa forma damos continuidad a los proyectos y a las luchas de tantas y tantos hermanos/as por una sociedad fraterna, justa y solidaria.
Este es el proyecto que emana de aquella cena: la construcción de la comunidad, en el servicio del que es capaz de lavarle los pies a los pobres, compartiendo el pan, alegrándose con el vino, sin esquivarle al bulto de las dificultades, las traiciones y las persecuciones.
De “ESTO” hacemos memoria. Porque de lo que se trata es de alimentarse y tomar fuerzas para continuar haciendo lo que tanto falta todavía para que todos “tengan vida y vida en abundancia”! Y recordando que en el intento por hacer realidad esas transformaciones le arrebataron la vida a muchos/as que hoy brillan en el firmamento iluminándonos.
Hacemos memoria de ellos, para asumir aquellas tareas inconclusas. No para petrificarlos en las estatuas o en los altares de la memoria, que es una manera de negarles el valor de su entrega generosa, negándoles el valor de su propia vida. Y al mismo tiempo tranquilizando la consciencia de cada uno, en el descompromiso individualista del que huye del deber y de la responsabilidad que surge de su condición humana y de la fe cristiana. Peor aún, cuando esa memoria es expresada como lágrima de cocodrilo, llorando el recuerdo del pasado, mientras se aplauden o se ejecutan políticas neoliberales que menoscaban la vida de los pobres.
Esa deshonra de la memoria, esa hipocresía del recuerdo es lo que sepulta por segunda vez a los que pretendieron borrarlos de la historia enterrándolos clandestinamente o tirando sus cuerpos en las profundidades del mar, para sepultar en el olvido también los proyectos y las luchas por hacerlos realidad.
No es esto lo que hay que hacer en memoria de ellos.
El “hacer ESTO” en la memoria de Jesús es apostar por la vida, poniendo el corazón entero en ese empeño. Como ya lo hicieron nuestros mártires. Y por eso hacemos memoria de ellos para alentarnos en nuestro compromiso de hoy.
Como en aquella comida pascual, hacemos memoria de Jesús para alimentarnos con el pan y el vino, de la justicia, de la verdad y de la solidaridad. Transformados en el cuerpo y la sangre que contagia la vida en abundancia para los que se animan a comprometerse en la construcción de ese ambiciosos proyecto.
Equipo Tiempo Latinoamericano
Índice (Cliquee sobre cada título para ver su correspondiente archivo pdf)
HAGAN ESTO EN MEMORIA MIA (Lc. 22, 29)
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